Auri sacra fames!
Cual cuervo atraìdo por el brillo de un objeto, como la doncella Dánae, inocente y encerrada en alta torre, que nada puede hacer para oponerse a la seducción del dios zeus.
He aquí al humano, hipócrita, conviviendo amablemente como lobo disfrazado entre corderos, en tanto no aparezca el demonio áureo catalizando su más bajo instinto: la codicia.
¿Cuántos de vosotros no tienen en su poder algún objeto de oro? ¿les parece lindo? ¿lo atesoran para presumirlo en ocasiones especiales?
¡Qué cosa más tonta! Darle tanto valor a un objeto. Y en el caso del oro, su influencia llega a límites absurdos, al parecer posee unos argumentos que hacen ceder cualquier razonamiento, hipnotiza los sentidos, ¿es que nadie se da cuenta?
Me temo que no; el mundo y el tiempo seguirán siendo espectadores de escenas como la siguiente:
Un personaje caminando altivo y orgulloso, exhibiendo entre sus atuendos algún objeto de oro y ahí estarán sus congéneres aplaudiendo su “buen gusto” aceptando que se les restriegue en la cara el símbolo del poder, de la riqueza, aceptando que se les opaque bajo el sol porque ellos no brillan, aceptando con una sonrisa (tal vez genuina) en la cara y una sonrisa estúpida en el alma.
¿Porqué el oro? ¿por que es escaso? ¿indestructible? ¿acaso no saben que el bromo lo ataca, que el cloro lo corroe y que el mercurio es capaz de diluirlo?
Es triste, parece que el ser humano aceptará por siempre que un metal rija sus vidas.
Os voy a recomendar una ofensa para el peor enemigo ¿quereis algo hiriente? ¿o abofetear con guante blanco? Entonces, decid:
¡tu amistad vale oro!
Un cordial saludo.