(...)Salvamos a nosotros mismos sencillamente no resulta. El ser humano no tiene ninguna manera de salvarse a sí mismo.
Pero Pablo anuncia que Dios tiene su forma. Donde el hombre falla, Dios sobresale. La salvación viene del cielo hacia abajo, no de la tierra hacia arriba. «Nos visitó desde lo alto la aurora» ( Lucas 1.78 ).
Por favor, toma nota: Dios da la salvación, Dios la impulsa, Dios la fortalece y Dios la origina. El don no es del hombre a Dios. Es de Dios al hombre. «En esto consiste el amor; no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados» ( 1 Juan 4.10 ).
Dios crea la gracia y la da al hombre. «Rociad, cielos, de arriba, y las nubes destilen la justicia; ábrase la tierra, y prodúzcanse la salvación y la justicia; háganse brotar juntamente. Yo Jehová lo he creado» ( Isaías 45.8 ).(...)
Dios tiene su forma de justificar a la gente (véase Romanos 3.21 ). Es vital que abracemos esta verdad. El sueño más alto de Dios no es hacemos ricos, ni damos el éxito, hacemos populares ni famosos. El sueño de Dios es justificamos ante Él.
El dilema de la gracia
¿De qué manera nos justifica Dios? Regresemos a la compañía de seguros y hagamos unas pocas preguntas. Primero: ¿fue injusto que me eliminaran como cliente? No. Tal vez hallé su decisión de mal gusto, desagradable, incluso desconsoladora, pero no puedo llamarla injusta. Hicieron solo lo que dijeron que harían.
Eso fue lo que hizo nuestro Padre. Le dijo a Adán: «Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» ( Génesis 2.17 ). Nada de letra menuda. Nada de agenda oculta. Nada de recovecos ni tecnicismos. Dios no nos ha hecho jugarretas. Ha sido justo. Desde el Edén, la paga del pecado ha sido la muerte ( Romanos 6.23 ).
Así como el conducir de forma imprudente tiene sus consecuencias, también las tiene la vida imprudente. Así como no tengo defensa ante la compañía aseguradora, no tengo defensa ante Dios. Mi historial me acusa. Mi pasado me declara culpable.
Ahora bien, supongamos que el fundador y dirigente ejecutivo de la compañía de seguros decidió tener misericordia de mí. Supongamos que, por alguna razón, quería tenerme como cliente. ¿Qué podría hacer? ¿Podría sencillamente hacer la vista gorda y considerar que no cometí errores? ¿Por qué no toma mi historial de conducción y lo hace pedazos? Dos razones.
Primera, la integridad de la compañía se pondría en aprietos. Tendría que rebajar las normas de la organización, algo que no puede ni debe hacer. Los ideales de la organización son demasiado valiosos como para abandonarlos. La compañía no puede obviar sus preceptos y seguir siendo íntegra.
Segunda, no se debe estimular los errores del conductor. Si no hay ningún precio por mis equivocaciones, ¿por qué voy a conducir con cuidado? Si el Presidente echa a un lado mis fallas, ¿qué me impedirá conducir como se me antoja? Si está dispuesto a olvidar mis desatinos, ¡continuemos cometiéndolos!
¿Es ese el objetivo del Presidente? ¿Es ese el propósito de su misericordia? ¿Normas rebajadas y conducción calamitosa? No. El Presidente se enfrenta a este dilema: ¿Cómo puedo ser misericordioso y justo al mismo tiempo? ¿Cómo puedo ofrecer gracia sin respaldar los desatinos?
O diciéndolo en términos bíblicos, ¿cómo puede Dios castigar el pecado y amar al pecador? Pablo lo dice claramente: «La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia» ( Romanos 1.18 ). ¿Va Dios a transigir con sus normas para que podamos ser perdonados? ¿Va Dios a hacer la vista gorda y considerar que yo jamás he pecado? ¿Querríamos un Dios que altera las reglas y hace excepciones? No. Queremos un Dios «en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación» ( Santiago 1.17 ), y para quien «no hay acepción de personas» ( Romanos 2.11 ).
Además, pasar por alto mi pecado es respaldarlo. Si mi pecado no tiene su precio, ¡sigamos pecando! Si mi pecado no produce dolor, ¡sigamos pecando! Es más, «¿y por qué no decir (como se nos calumnia y como algunos, cuya condenación es justa, afirman que nosotros decimos): Hagamos males para que vengan bienes?» ( Romanos 3.8 ). ¿Es este el objetivo de Dios? ¿Comprometer su santidad y facilitar nuestra maldad?
Por supuesto que no. Entonces, ¿qué debe hacer Él? ¿Cómo puede ser justo y amar al pecador? ¿Cómo puede ser amoroso y castigar el pecado? ¿Cómo puede satisfacer su norma y perdonar mis errores? ¿Hay alguna forma en que Dios podría hacer honor a la integridad del cielo sin darme la espalda?
La decisión de la gracia
La santidad demanda castigo al pecado. La misericordia insta a que se ame al pecador. ¿Cómo puede Dios hacer ambas cosas? ¿Puedo responder a la pregunta regresando al ejecutivo de la compañía de seguros? Imagínese que me invita a su oficina y me dice lo siguiente:
—Sr. Lucado. He hallado una forma de tratar con sus errores. No puedo fingir que no los veo; hacerlo sería injusto. No puedo considerar que no los cometió; eso sería mentir. Pero esto es lo que puedo hacer. En nuestros expedientes he hallado una persona que tiene un pasado impecable. Jamás ha quebrantado ninguna ley. Ni una sola violación, ni una sola falta, ni siquiera una multa por estacionamiento indebido. Se ha ofrecido voluntariamente a canjear su historial con el suyo. Tomaremos su nombre y lo pondremos en el de esa persona. Tomaremos el nombre de esa persona y lo pondremos en su historial. Ella recibirá el castigo por lo que usted hizo. Usted, que cometió las faltas, quedará justificado. Él, quien hizo lo correcto, quedará como culpable».
¿Mi respuesta?
—¡Usted debe estar bromeando! ¿Quién va hacer tal cosa por mí? ¿Quién es esa persona?
A lo cual el presidente contesta:
—Yo.
Si estás esperando que algún ejecutivo de una compañía de seguros te diga eso, no te ilusiones. No lo hará. No puede hacerlo. Incluso aunque quisiera, no puede hacerlo. No tiene ningún historial perfecto.
Pero si estás esperando que Dios diga esas palabras, ya puedes dejar escapar un suspiro de alivio. Las ha dicho. El puede. Porque «Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo … Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él» ( 2 Corintios 5.19 , 21 ).
Te dieron el expediente perfecto de Jesús y el tuyo imperfecto se lo dieron a Cristo. Jesús «padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevamos a Dios» ( 1 Pedro 3.18 ). Como resultado, se hace honor a la santidad de Dios y sus hijos son perdonados.
Mediante su vida perfecta, Jesús cumplió las demandas de la Ley. Mediante su muerte, satisfizo las demandas del pecado. Jesús sufrió no por ser pecador, sino como si lo fuera. ¿Por qué otra razón exclamó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» ( Mateo 27.46 ).
Reflexiona en lo que Dios logró. No condena nuestro pecado, ni transige con sus normas. No pasa por alto nuestras rebeliones, ni suaviza sus demandas. En vez de echar a un lado nuestro pecado, lo asume y —¡en qué cabeza cabe!— se auto sentencia. La santidad de Dios se honra. Nuestro pecado se castiga. Y somos redimidos. Dios todavía es Dios. La paga del pecado todavía es muerte. Y nosotros somos hechos perfectos(...)
Jesús no se le conoce por desechar clientes. Se le conoce, sin embargo, por pagar las primas y las ha pagado por toda mi vida. Estoy en buenas manos con Él.